La temible irrupción de un asesino serial modifica para siempre a una comunidad. Hay asesinos múltiples y asesinos seriales. La diferencia radica en que aquellos pueden quitarles la vida a varias personas en un solo episodio. Los asesinos seriales, en cambio, esparcen el terror el tiempo que dura su accionar, que puede abarcar solo días, meses o años. Como Abdelali Amer, que esparció el terror en la capital de Marruecos.
Por Fernando del Rio
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Era una calurosa mañana de julio de 2005 cuando el policía descubrió el cadáver tendido de espaldas, a unos pocos metros de la rocosa orilla del Atlántico, en el distrito El Akkari de la ciudad de Rabat. A un paso de ese malogrado hombre había un par de botellas recientemente vaciadas de licor y vino. En la cabeza, a la vista, la gran lesión: el cráneo fracturado y sangrante. El detective marroquí creyó que era uno más de los borrachos vagabundos que bebían demasiado y terminaban golpeándose en sus inevitables caídas. Pero algo llamó su atención a diferencia de los 13 casos anteriores que se habían conocido desde octubre de 2004 y era el detalle de la herida de cara al sol. No era posible que el cuerpo quedara en esa posición tras una caída. A ese hombre lo habían matado y el detective supo de inmediato que, a los otros, a los que los habían supuesto muertos por accidente, probablemente también.
En las márgenes de la capital marroquí, donde el río Bou Regreg desemboca en el mar y oficia también de límite con Salé todo el mundo hablaba del asesino de la roca o “Bousamma”. Por allí habían aparecido todos los cadáveres en los últimos 10 meses y nadie había creído en muertes accidentales. Sabían, también, que por tratarse de víctimas marginales (excepto uno que era un comerciante) la falta de esclarecimiento de los crímenes no había causado algún tipo de clamor social. El rumor era que a los mendigos lo mataba “Bousamma” y que a la policía no le interesaba demasiado gastar recursos en las investigaciones. Fue recién cuando ese detective se quedó reflexivo frente al último de los cuerpos que los molestos chismes que llegaban a oídos de la policía pasaron a tomarse con más seriedad. ¿Era posible que Rabat, la ciudad amurallada, tuviera un despiadado asesino serial en el siglo 21?
Sector costero de Rabat conocido como El Akkari, donde apareció el último de los cuerpos.
A una comisión de la policía de Rabat le fue encomendada la tarea de estudiar todas las muertes similares que se habían denunciado desde octubre de 2004 y entonces, tras releer los expedientes, confirmaron lo peor: que habían sido rápidamente archivados como muertes accidentales. En los países árabes, en los cuales la religión islámica define hasta el límite que la ciencia forense no debe traspasar, las autopsias son un instrumento que se intenta eludir. Solamente si es necesario se recurre a esa práctica y la policía, al considerar que las muertes anteriores tenían aspecto de involuntarias, desecharon cualquier manipulación de los cadáveres. Eran borrachos y sus cuerpos yacían en orillas donde los vagabundos solían ir a beber. Podía vérselos en las madrugadas dormitar o tropezarse con las piedras.
La policía, que sí había recibido un informe forense del último caso, comparó las lesiones y descubrió un patrón, un modus operandi. Todos habían muerto a golpes de piedra en la cabeza. Además, eran 13 víctimas de características coincidentes: hombres, adultos, que bebían en la costa. Salvo el comerciante, los demás eran todos vagabundos. Lo que extrañó a los investigadores fue que, en ese lapso (octubre de 2004 a julio de 2005), cerca de un centro comercial, también había aparecido el cadáver de una anciana con la cabeza destrozada. No creían que formara parte de la serie, pero sí que era un asesinato porque estudios posteriores habían “certificado” una agresión sexual post mortem. Decidieron incluirla en el encadenamiento de asesinatos.
Tenían a las víctimas, les faltaba el asesino.
EL HUERFANO VIOLENTO
Ya de grande, con 43 años, Abdelali Amer se había vuelto un vagabundo.
Sus padres, que le habían dado una infancia cómoda como cualquier familia de clase media en Rabat, la capital de Marruecos, habían muerto jóvenes y entonces el adolescente Abdelali Amer se encontró al cuidado de sus hermanos, casi todos mayores que él.
Abdelali Amer había nacido en 1961 en una Marruecos que recién daba sus primeros pasos como país independiente, tras la liberación de los protectorados de Francia y España. La capital Rabat comenzaba a afianzarse en esa nueva identidad y la clase media era aquella que no sufría la pobreza. Pero no mucho más que eso. Tal vez por la condición de familia numerosa o por otra razón desconocida Abdelali Amer no asistió jamás a la escuela y tras la muerte de sus padres lo más promisorio era el ejército. Algunos meses después de su reclutamiento, Amer fue expulsado: era un joven problemático y violento.
Entrados los años ‘80 Abdelali Amer cayó en la adicción de drogas y alcohol, situación que hizo que sus hermanos le dieran la espalda y solo su hermana mayor lo alojara en su casa. Los demás integrantes de su familia se alejaron y algunos fueron a vivir a Europa. Abdelali Amer ya había caído en prisión en un par de ocasiones por robos y también por agresión sexual, antecedentes que frustraron su intento de emigrar hacia el Viejo Continente.
Abdelali Amer, en una imagen al momento de su juicio.
Tras pasar su juventud de prisión en prisión, tuvo períodos en los que intentó ganarse la vida trabajando, pero quedó marginado del mercado laboral por su tendencia a alcoholizarse. En una de sus salidas de la cárcel se encontró más solo que nunca por la muerte de la única hermana que lo quería y que lo acogía en su vivienda. Pero, además, se enteró de que la casa familiar, la que le pertenecía a todos, había sido vendida por sus hermanos y no le habían reservado su parte. “Los odio, a todos ellos”, dijo en 2004 y fue en ese momento en que se transformó en un vagabundo de la desembocadura del río Bou Regreg, merodeando por el distrito de Sidi Boussadra, por El Akkiri y por Salé.
A Abdelali Amer lo único que le interesaba allá por mediados de 2004 era conseguir dinero para sostener su estilo de vida, que no era otro que el de pernoctar en cualquier lugar, tomar alcohol y, si podía, picarse algún tipo de drogas. Sin trabajo, descubrió que podía despojar a los más vulnerables de alcohol ya que eran fáciles de dominar. Abdelali Amer tenía formación militar, deformación penitenciaria y odio. Suficiente poder para que cualquier mendigo se atreviera a ofrecer algo de resistencia.
En los barrios lo conocían como un hombre conflictivo, pero cuando pasaron los meses, las muertes se sucedieron y se instaló la idea del “Asesino de la Roca” jamás lo relacionaron con esos hechos. Al contrario, era una potencial futura víctima porque reunía todas las condiciones: hombre adulto, vagabundo, orillero y borracho.
Solo seis personas estaban en condiciones de identificar al asesino múltiple de Rabat. Cuatro eran mendigos que habían escapado de la muerte por azar o por decisión divina y otros dos eran testigos directos del último crimen, el de julio de 2005. Tanto los mendigos como los testigos guardaron el secreto por una sola razón: el miedo.
Áreas coloreadas de Rabat en donde cometió sus crímenes, Amer.
LOS TESTIGOS
Existe una ley en Marruecos que castiga con una pena de hasta 5 años de prisión a quien “falta al auxilio de persona en peligro y no denuncia el delito” de manera que nadie, excepto por un impulso de conciencia, iba a andar admitiendo haber sido testigo de un asesinato. Sin embargo, la presión desplegada por la policía días después del descubrimiento del último caso fue tal que dos hombres se presentaron en un destacamento de Rabat. Hicieron una descripción de Abdelali Amer sumamente precisa y luego fueron encarcelados.
El 9 de agosto de 2005, solo 8 días después de iniciada la búsqueda, Abdelali Amer fue reconocido en uno de los barrios periféricos de Rabat. Los vecinos al saber de su detención se sintieron agradecidos, pero a la vez frustrados, ya que a nadie se le había ocurrido que “Bousamma” era ese hombre que veían todos los días y que reunía todas las condiciones para serlo.
Cuando se le preguntó por qué había matado a tanta gente Abdelali Amer dijo: “Para olvidar cuánto odio al mundo, y a mis hermanos y hermanas en particular. Son los que habría matado primero si hubiera podido tenerlos a mano”. Así como fue sincero con su respuesta, también lo fue al momento de recrear cada crimen y colaboró con la policía para reforzar la prueba en su contra.
En noviembre de ese mismo año Abdelali Amer fue condenado a muerte e ingresado a la cárcel de Kenitra, una ciudad sita a menos de 60 kilómetros de Rabat. La pena de muerte en Marruecos no se ejecuta desde el año 1994 a pesar de que los jueces deben aplicarla en sus sentencias y existe en 2023 un proyecto para la abolición definitiva.
No se hallaron registros recientes del paradero de Abdelali Amer, pero se cree que aún vive en una de las cárceles de Marruecos.